Este viernes, 22 de marzo, se celebra el Día Mundial del Agua, una fecha en la que debemos reflexionar sobre el uso que estamos haciendo de un recurso limitado y al que está ligado inexorablemente la vida.
En la actualidad, el mundo está experimentando una crisis debido a la falta agua: Unos 2,1 millones de personas viven sin agua potable en sus hogares, unos 4000 millones de personas —casi dos tercios de la población mundial— padecen escasez grave de agua durante al menos un mes al año y, lo que es más grave, se cree que 700 millones de personas en el mundo podrían verse forzadas a desplazarse debido a la escasez de agua de aquí a 2030. No sólo el cambio climático está afectando al volumen de agua dulce en el mundo, sino también la acción del hombre.
Se estima que la huella hídrica anual de media que genera cada persona, es decir, la cantidad de agua dulce que hace falta para que pueda alimentarse, vestirse, trasladarse de un sitio a otro, en definitiva, para desarrollar su rutina diaria es de 1.385 metros cúbicos, el equivalente a media piscina olímpica, y que el cambio en los hábitos de alimentación está provocando un incremento progresivo de la huella hídrica mundial. El 70% de toda el agua del mundo se destina a la producción de alimentos, siendo el de origen animal en el que más agua se debe gastar (13.000 litros para un kilo de ternera frente a los 13 litros de una lechuga), lo que nos dibuja un panorama desolador en el medio y largo plazo.
En España, el hecho de que seamos el país con segunda huella hídrica más importante de Europa, por detrás de Portugal, junto con la ausencia de lluvias-según la AEMT, desde el 20 de febrero pasado no ha caido ni una sola gota de agua en ningún sitio de la Península-, exige que gobiernos y ciudadanos hagan un uso más sostenible de este recurso pues la falta del mismo no solo repercute en un sector como la agricultura, sino también en la salud de la población- se disparan las enfermedades respiratorias-, y en la calidad del agua. En ésta última, la acción del hombre ha jugado y juega un papel clave, pues hemos de reconocer que, durante miles de años, hemos creído que el agua era un bien ilimitado, sin preocuparnos por su protección y conservación.
Se sabe que cada año acaban en el mar 8 millones de toneladas de plásticos, lo que está provocando un desastre ecológico global. En la actualidad, cientos de especies marinas mueren por la ingesta de estos residuos o por quedar atrapadas en los mismos y el problema irá a más si seguimos manteniendo estas costumbres: se prevé que en 2050 el 99% de las aves marinas tendrán plásticos en sus aparatos digestivos y que habrá más plásticos que peces en los océanos. Unos hábitos que acabarán teniendo también efectos perjudiciales en el hombre. Ya en 2016, un estudio demostró que el consumidor europeo medio de crustáceos, moluscos y mariscos similares puede ingerir hasta 6.400 microplásticos al año, de los cuales se absorbería tan solo 1%. Lo inquietante de esta cifra tan ridícula es que desconocemos las consecuencias que pueden tener en el organismo una acumulación de este tipo de material.
Sea como fuere, todos debemos tomar cartas en el asunto y de manera urgente. Los Gobiernos, con leyes más restrictivas y que sancionen cualquier acción en contra de este recurso, y los ciudadanos, con simples gestos, podemos hacer que el futuro sea mejor.
