El uso en exceso de los dispositivos electrónicos es el nuevo caballo de batalla entre padres e hijos. Muchos progenitores dan la guerra por perdida quizás porque, en ningún momento, supieron poner límites a su acceso o porque le otorgaron un papel de ‘niñera’, del que ya los expertos alertaban de sus potenciales peligros. De acuerdo con un estudio internacional, los niños de tres años están delante de la pantalla un tiempo medio de 1,5 horas al día. Esto supone que se convierten en un excelente caldo de cultivo para sufrir problemas de comportamiento «clínicamente significativos» y problemas de falta de atención. De hecho, se estima que los menores que pasan más de dos horas de pantalla al día tienen un riesgo 7,7 veces mayor de cumplir con los criterios para el trastorno por déficit de atención o hiperactividad. Este uso en exceso puede desencadenar en el peor de los casos en adicción, llegando incluso a sufrir síndrome de abstinencia al retirarles el móvil, lo que se traduce en falta de control, impulsos y gritos. Sin llegar a este extremo, existen otros síntomas como la mala calidad del sueño, irritabilidad o malos resultados académicos que empiezan a visibilizar un problema que hay que afrontar. No es extraño ver adolescentes e incluso, niños de 8 a 10 años, que se sienten mal cuando no atienden los mensajes que llegan constantemente a sus dispositivos. Es lo que se conoce como FOMO (sus siglas en inglés fear of missing out’) que significa miedo a perderse algo. Este sentimiento en gran medida es fomentado por el comportamiento de los adultos, pues ya se ha constatado que, en España, esta población dedica de media casi cuatro horas al día a mirar su smartphone y desbloquea su dispositivo una media de 80 veces al día. Hay casos ya diagnosticados de adicción a las nuevas tecnologías y la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconocía en 2018 este tipo de adicción como una enfermedad dentro de la clasificación internacional. El mismo año, la Estrategia Nacional de Adicciones que aprobó el Ministerio de Sanidad en España incorporaba por primera vez las adicciones sin sustancia, como las nuevas tecnologías, el juego y los videojuegos.
En esta tesitura, es importante que los adultos seamos ejemplo y tomemos medidas, haciendo un uso moderado de la misma y ayudándonos de la propia tecnología para fomentar un uso responsable entre los menores. Parece a todas dudas algo irracional ir en contra y ‘aislar’ a los menores de la influencia positiva de la aplicación de ésta en el proceso de aprendizaje y en otros ámbitos, como hacen muchos de los gurús de la tecnología. Vivimos en una sociedad hiperconectada, en el que la tecnología debe ser un ingrediente más en la educación y aprendizaje de los menores. El riesgo de los detractores más extremistas de esta tendencia es criar una nueva generación de analfabetos digitales.
